Opinión|Ángel Rafael Lombardi
Me gustan los “pequeños países” que hacen del
recato una virtud, que no se exaltan ante el furor de los mitos y que se
avergüenzan de una egolatría nacional sin pudor
Para mi hermano Diego
Me gustan los
“pequeños países” que hacen del recato una virtud, que no se exaltan ante el
furor de los mitos y que se avergüenzan de una egolatría nacional sin pudor.
Pequeños países cuya modestia extrema les lleva a la ambición de rutinas sin
gloria aunque consistentes en logros sociales y virtudes cívicas. Pequeños
países hastiados de seguras continuaciones que ofrecen la caverna como refugio
ante una Historia de sobresaltos. Pequeños países que han atisbado las
engorrosas cimas de los paraísos terrenales que los profetas y filósofos han
prefigurado y que la mayoría de los pobres de la tierra creen inútiles.
Pequeños países que se han acercado como pocos a algo tan difuso que se hace
llamar: felicidad social.
Son países como Suiza, que aparece en
todos los rankings como la nación más deseada para vivir en prosperidad. Son
países como Holanda cuyos gobernantes acaban de convocar un nuevo Pacto Social
que procura la desmovilización del hoy aparatoso y caduco “Estado de Bienestar”
para proponer algo parecido a una “Sociedad Participativa” cuyas cargas y
responsabilidades son de la estricta responsabilidad de sus ciudadanos. Son
países como Noruega cuyos visionarios líderes son capaces de erigir un fondo
petrolero para resguardar el futuro de las generaciones de noruegos en el
cielo, es decir, de todos aquellos que aún no han nacido. Son países como
Israel, que apartando su vocación belicista ante los enemigos milenarios que le
rodean, han sido capaces de sembrar y regar sus cultivos en el desierto
produciendo el milagro. Son países como Costa Rica que se da el lujo de
suprimir ejércitos por considerarlos una amenaza a la paz de sus propios
ciudadanos.
En cambio se me vuelven incómodos y
estrafalarios pequeños países vanidosos como el nuestro cuya gloria es adornada
por una retórica vacía e insincera. Y no es que no quiera a mi país. Me
considero un patriota abnegado cuyas ejecutorias están en el ámbito del
anonimato heroico y perseverante. El cuestionamiento lo hacemos en el mismo
contexto e intención de los regeneracionistas de los todas las latitudes y
culturas.
Venezuela es un pequeño país, un muy
modesto país, cuya mitología y folklore la presenta como forjadora de una
grandeza estereotipada, artificial. Un país cuya involución social no se corresponde
con todo el alardeo irresponsable del que hacemos gala. Los venezolanos somos
los argentinos del Mar Caribe, un grupo humano enardecido por viejas hazañas de
guerras que no se corresponden con el grado de postración en que la inmensa
mayoría de la población se encuentra.
Cuando aprendamos a ser “grandes”
desde un talante discreto, y hasta con elegancia, cuando dejemos de vociferar
en el vacío, cuando aprendamos a tener disciplina social y gobernabilidad
efectiva, dejaremos de ser un “país portátil” de acuerdo a la afortunada
metáfora de Adriano González León.
ANGEL RAFAEL LOMBARDI |
@CodigoVenezuela
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