LA ILUSTRACION FRANCESA

Ilustración francesa. El espíritu del s. xviil se manifiesta en Francia en tres direcciones: un nuevo modo de entender el mundo natural (los naturalistas y la Enciclopedia), un nuevo modo de entender el hombre y el conocimiento (Condillac y la Ideología) y una característica manera de interpretar la teoría política y la sociedad (Montesquieu, Voltaire, Rousseau). Los franceses radicalizaron pronto las ideas ilustradas inglesas hacia lo más negativo y disolvente: el naturalismo se hace materialismo, el empirismo sensualismo, el deísmo ateísmo, el sentimiento moral' egoísmo; una reacción contra la frivolidad de los ilustrados destructores es Rousseau. Examinaremos sucesivamente las tres direcciones dichas antes.
     
      a) Los naturalistas y la Enciclopedia. Las ciencias naturales, concebidas como saberes descriptivos e inductivos sacados de la experiencia, tienen un desarrollo preferente en la época, y se comprende que así fuera, dado el tono empírico del periodo. El más influyente de los naturalistas es Georges Louis Leclerc de Buf fon (m. 1788; v.) que en su Historia natural, general y particular, con la descripción del museo real, se opone a Linneo (v.) y sustituye la clasificación jerárquica de los grupos (que es considerada como demasiado apriorística) por la noción de serie o cadena, formadas por las especies más semejantes.
     
      Pero donde esta nueva actitud se expresa con mayor amplitud es en una obra colectiva de enorme difusión e influencia posterior, y en la que trabajan muchos científicos y filósofos: la llamada abreviadamente Enciclopedia (v.). La Enciclopedia o Diccionario razonado de las artes y los oficios, proyectada por Denis Diderol (m. 1784; v.) y por lean Baptiste Le Rond D'Alembert (m. 1783; v.), publica su primer tomo en 1751; en seguida tiene la desaprobación y oposición de la autoridad eclesiástica de París, no obstante aparecen otros cinco tomos en años sucesivos; en 1758 es nuevamente prohibida, ahora por el Papa y por un decreto del Rey; a pesar de ello, sigue saliendo, y los últimos diez tomos aparecen en 1766. En la Enciclopedia se despliega un espíritu cuya raíz está en la tradición, tan francesa, del escepticismo (v.) que, comenzando en Montaigne (v.) y P. Charron, se continúa en Pierre Bayle (m. 1706), autor de un Diccionario histórico y crítico, que fue la primera difusión, a través de una síntesis del conocimiento científico, de la actitud escéptica que muestra ya sin timidez alguna la contradicción que cree encontrar entre ciertos contenidos revelados y lo que piensa son algunas conclusiones de la ciencia racional. Esta misma audacia para llevar a lo que se opinan sus últimas consecuencias la ciencia mecánica de la naturaleza, de Galileo, Hobbes y Descartes, la tiene Bernard le Bovier de Fontenelle (m. 1757), autor de unas Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos.
     
      En la Enciclopedia aparece también una nueva manera de entender la Matemática, que ya no es para D'Alembert la ciencia única y modelo -como para Descartessino una ciencia más; hay que ser a la vez empírico y deductivo (v. CIENCIA vti, 2). En el campo de la ciencia natural se comprende que Diderot recogiera las nuevas concepciones de Buffon a las que nos hemos referido. Amigos de Diderot y de ideas relacionadas con la Enciclopedia son tres pensadores cuyas obras tuvieron una gran difusión, aunque no eran científica ni filosóficamente importantes: lulien Offray de la Mettrie (m. 1751), autor de El hombre-máquina; Paul Thiry d'Holbach (m. 1789), que colaboró en la Enciclopedia y escribió el Sistema de la naturaleza, y el médico Claude Adrien Helvetius (m. 1771), que en El Espíritu establece que nuestras acciones espirituales se determinan totalmente desde las condiciones físicas y externas, propugnando, contra Rousseau, los beneficios de la instrucción. En conjunto, el materialismo (v.) de estos autores consiste siempre en afirmar una equívoca y equivocada unidad de los fenómenos físicos, psíquicos y sociales, en cuyo fondo está en todo caso la «naturaleza» (v.).
     
      b) Condillac y la Ideología. Étienne Bonnot de Condillac (m. 1780; v.) es el más destacado representante de ese espíritu empírico y sensualista que no podía faltar entre los ilustrados franceses. En el Ensayo sobre el origen del conocimiento humano mantiene la tesis de que el único método es el análisis (v.) que parte de lo dado; y en su Tratado de las sensaciones mantiene que a éstas se reduce en último término todo conocimiento. Finalmente, Condillac concluye que la ciencia (v.) no es otra cosa que un análisis bien hecho, es decir, en el que se han precisado bien las nociones, constituyéndose así una lengua bien organizada (cfr. su obra póstuma: Lengua del cálculo). Se advierte que no estamos lejos de la psicología asociacionista inglesa.
     
      Una continuación de este sensualismo (v.) es el pensamiento de los que se reúnen en el grupo llamado de «la ideología», que conservan el espíritu del siglo de las Luces a lo largo del primer tercio del xix. Son una serie de autores, reunidos en la Academia de Ciencias Morales y Políticas; al principio habían sido partidarios de Bonaparte (v.), pero luego tienen la oposición del Emperador, el cual quiere apoyarse más en la intuición romántica y la vuelta a un espíritu religioso. El autor más relevante de los ideólogos es Antoine Louis Claude Destutt de Tracy (m. 1836), que escribió unos Elementos de Ideología, obra en la que estudia las facultades (v.) humanas y su distinción, el signo, los medios de certeza en el juicio, la moral y la economía, y los elementos de las ciencias; es decir, una verdadera enciclopedia filosófica de inspiración sensualista, que, por cierto, tuvo una extensa influencia en países latinos, tanto europeos como americanos.
     
      c) Teorías del Estado y la sociedad. En este grupo hay que estudiar primeramente a Charles de Secondat, barón de Montesquieu (m. 1755; v.), perteneciente todavía a la primera etapa de la I. y autor de dos obras que se hicieron célebres: las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos y, sobre todo, el Espíritu de las leyes. En ésta indaga las legislaciones positivas tratando de encontrar en ellas las «relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas»; no estudia explícitamente el Derecho natural (v.), pero dice que «antes que hubiese leyes hechas, había posibilidad de relaciones de justicia». Se trata, una vez más, del espíritu naturalista del siglo, que ahora se proyecta en la interpretación de la organización política; estamos ante una concepción que pone en el centro de la vida política la libertad (v. LIBERALISMO) entendida como limitación a los poderes públicos, limitación que no puede venir del pueblo, sino de una división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) de la que resulta una compensación de los mismos. Es clara la inspiración inglesa de este liberalismo.
     
      De un modo menos técnico, Franeois Marie Arouet, conocido por Voltaire (m. 1778; v.), tiene también una concepción del hombre y la sociedad humana basada en la estabilidad de la naturaleza. Voltaire, que vivió en Inglaterra, París, Alemania, Ginebra y, por último, otra vez, en Francia, fue autor de unas Cartas filosóficas y de otros escritos en los que se advierte su adhesión al pensamiento de Locke y de Newton; luego escribió un Ensayo sobre las costumbres, un Tratado sobre la tolerancia y el llamado Diccionario filosófico, en el que incluyó una serie de consideraciones sobre la Enciclopedia. Para Voltaire, la naturaleza (v.) es un mecanismo estático y estable en el que cabe encontrar la exigencia de un Dios entendido como «un geómetra eterno» que lo ha fabricado (Deus ex machina). En cuanto al hombre y a su historia, Voltaire los ve también centrados en la idea de estabilidad de la naturaleza humana; por eso es tan contrario al sentimiento de inquietud e inestabilidad que lleva consigo la consideración de que el cristianismo viene exigido por la naturaleza humana. Ahora bien, Voltaire no vislumbra la historia como un procesó que tiene un sentido, sino que sólo describe cuadros de una determinada época constituidos por el juego y combinación de las pasiones de los hombres. Finalmente, sobre la idea de la «tolerancia», por la que tanto combatió, entiende ingenuamente que lo único que entorpece la «tranquilidad del estado natural» es la ignorancia y los prejuicios. Su polémica antirreligiosa fue constante e injusta.
     
      La concepción del hombre y la sociedad es por fin la preocupación central de lean lacques Rousseau (m. 1778; v.). Éste, nacido en Ginebra, a lo largo de una vida muy inquieta -sabemos de sus circunstancias y carácter por sus Confesiones, publicadas póstumamente-, reside primero en Francia, después en Venecia y luego otra vez en Francia, donde entra en relación con Diderot y otros pensadores; todavía cuando tenía 50 años, y después de la publicación del Contrato social, tiene que huir a Suiza e Inglaterra (donde está en contacto con Hume), aunque termina volviendo a Francia, donde muere. Sus obras principales son: Discurso sobre las ciencias y las artes, Discurso sobre la desigualdad, la Nueva Eloísa, el Contrato social, el Emilio y la Profesión de fe del Vicario saboyano. Rousseau es la mejor representación de un nuevo espíritu que, en parte como reacción, surge en toda la Europa de fin del s. xvin: el predominio del sentimiento interior, de la evidencia de lo inmediato y de la vida sencilla, frente al culto al análisis y a la voluntad individual que era característico de los dos primeros tercios del siglo de las Luces. Es común una vuelta al sentimiento, pero no como una intuición romántica de lo infinito, sino como una ampliación de la experiencia, que no debe limitarse a los sentidos; la vida del sentimiento debe ser vivida también con sencillez, como una cosa natural, sin artificios que la obstaculicen, y en este sentido, Rousseau y el nuevo espíritu siguen siendo esencialmente «ilustrados».
     
      En los dos Discursos, Rousseau pone en el centro una idea que era cínica en su origen: el perjuicio que para el hombre significaba la civilización y las ventajas de la feliz ignorancia del estado natural; el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres reside precisamente en su presunto perfeccionamiento, el cual es radicalmente negativo para la humanidad. El autor ginebrino está lejos de los pensadores del Derecho natural para los cuales dicho Derecho sería el conjunto de relaciones básicas de justicia que pueden encontrarse en cualquier sociedad humana; en cambio, para Rousseau, que -a diferencia de otros ilustrados- tiene un sentido muy acusado de lo histórico, estado natural es la situación inicial en la que el hombre se relaciona sólo con las cosas, viniendo luego las circunstancias de necesidades que son las que llevan al hombre al estado salvaje, en que los hombres se reúnen temporalmente o permanentemente. Luego, con motivo de circunstancias casuales y extraordinarias, vienen el trabajo organizado, la propiedad, etc., y con ello la civilización (v.), que es lo que origina la desigualdad y el mal de los hombres.
     
      En el Emilio y en el Contrato social, Rousseau se plantea que, puesto que el hombre se encuentra en un estado no natural, hay que hallar el modo de evitar de la mejor manera posible los inconvenientes de la situación convencional y civilizada. En la educación (v.). se trata de propugnar un sistema pedagógico que salvaguarde las virtudes innatas en el hombre en su estado de inocencia. En lo político, hay que hallar aquello que, en el contrato organizador de la convivencia, constituye el centro de dicho contrato; Rousseau encuentra que ese centro fundamental es la «voluntad general». Ésta no se equivoca nunca y nos salva precisamente de la arbitrariedad e inseguridad de las voluntades particulares; se comprende así que si el contrato social era en Locke una renuncia de la voluntad individual en pro de la comunidad, en el teórico ginebrino es por el contrario una entrega a la voluntad general, que es la regla universal desde la que nos afirmamos como seres racionales; no hay pues ninguna pérdida, sino que la voluntad general es la que hace vivir moralmente al hombre.
     
      El pensamiento roussoniano termina en la Profesión de fe con un verdadero canto a la intimidad, a la fuerza del sentimiento inmediato interior. Lejos de la sequedad del deísmo, de la «religión natural» tan difundida hasta entonces en los medios iluministas, Rousseau quiere restaurar la confianza en el acceso directo, personal a la voluntad universal, a un Dios entendido de manera vaga y confusa. Era natural que, en una época que estaba convencida de los límites del pensamiento, se llegase a sentir como una necesidad volver a confiar en el sentimiento. (Selección de http://www.mercaba.org/Rialp/I/ilustracion_filosofia.htm)

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